Alejandro escucha Arjona en su jornada de 8 horas. Un joraca
es lo que le importan las quejas de su jefe que joder es lo único que quiere. Jalador
compulsivo de poxirran, el gendarme vigilante se jacta de escuchar los quejidos
sugerentes de establecer su rango jerárquico por sobre el jefe y el pendejo, valiéndose
como justiciero jamás buscado. Hijo de puta, jorobado, el vigilante, sigiloso
de seguir jodiendo al joven y al viejo, jura enjaularlos por desequilibrar el
orden, esto dicho en jerga militar. Jalando de sus trapos, en injusto
acometido, el justiciero se sonroja por acto justo y concreto de los otros dos,
quedándole nada más que girar y juntar sus muelas de juicio que el joven y el jovato
lograron gentilmente destrozar. Entre las flores del jacaranda se asomaba como
jaguar en celo un nuevo tercero que un poco atontado el jaque le canta al
jorobado. Un jardinero de esos que observan y que están a punto de jubilarse y convertirse
al judaísmo en julio porque no tienen nada mejor que hacer, de esos que antes hacían
judo los jueves y jockey los lunes, pierde todo juicio presente y como Judas a Jesús,
se traiciona a si mismo entendiendo ni jota, junta valor y cual Quijote vestido
de jazmín, se dispone a ayudar a su próximo compañero de su juego de cartas,
seguro. Acto paralelo, parecía que había un júbilo del otro lado del escenario.
Los dos judíos como hablando en jeringoso, desprendían sonidos supuestamente de
sus bocas no más parecido a un juglar del siglo XXI. ¡Pero qué jocosos! JA! El juego
se ponía parejo más o menos y aunque la intención
era poca, como jabalíes en la jungla, la corrida se hace menos corta. Más que
una jauría contra otra, parecían jirafas galopando para cazar un par de
jilgueros. Las franjas de esos colores en los jersey de este par de juguetes,
que en ese entonces se asemejaban a ellos julepeaban al par de jinetes. Pobrecillos
si no hubiesen arrojado a ese joto con muelas desde el inicio, no tendrían que
justificar ante el jurado de turno por qué carajo no estaban dentro de su jurisdicción,
en la sede de Cabildo y Juramento, el gran pajar de ese par, a la hora y
paisaje determinado. Bastante pijotero resultó el patrón, cual pejerrey de
ciudad en casa de cristal, trato de pujar al juez lo máximo que pudo, uso su lógica
y logro largarlos. Rápido fue el abordaje de aquel lugar tan objetivo de la
realidad y tan rápido fue el acertijo en forma de consejo, que interpretaron
como una aguja clavada en el centro del pecho del ahijado Junio Primero de
Jordania. Se dejaron de joder y sin más ajuste, haciendo un ajustón entre sus
manos, se alojaron en sus respectivos cajones de cemento ubicados donde se les
antojó alguna vez arrojarse a dormir.
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