domingo, 23 de septiembre de 2012

50%

Un día agotador fue aquel 14 de agosto. La población distribuida en las escuelas, alteradas por el futuro del país  mientras yo, tranquila y concentrada, me dedicaba a leer ese libro que debía. Alguien dijo que mi animo cambiaría a las 18 hs; seguramente sabía que era cierto. Repentinamente vi el futuro en el canal local. 50% era la cifra, 50% de demencia. Realmente no sabia que la mitad de la Argentina tenia retrasos mentales. Abrumada por la cifra, mi vida casi se marchita, interrumpida por un sueño tan real como esa  cifra. Sin explicación, la pieza era mas grande , tenia mas camas y estaba llena de alumnos dispuestos a tener su clase de historia, la cual fue particular, ya que el suplente era el abogado del tercer puesto. Con cara de odio no dejé de mirarlo, casi con repugnancia. Sólo por su tercer puesto se creía el mejor, hasta nos obligó a comprar un libro que a nadie le interesaba, obviamente escrito por el, como era de suponer su gran penosidad. Como grandes esclavos, obedecimos, no sin insultarlo previamente, acto que lo obligo a retirarse con su rostro de rastrero. Milagro fue lo que sucedió  la siguiente clase. Era el ingeniero del cuarto lugar. Contentos y ventilando la pieza comenzamos presentándonos y contentos por el cambio. Nombre por nombre fueron contando sus sueños mis compañeros. El ingeniero también nos contó su sueño, éste era que los nuestros se cumpliesen. Vencido por la envidia, el doctor entró y casi a patadas despachó al ingeniero, bajando la cortina y haciéndonos volver a la triste realidad que nos esperaba con ese 50%.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Justamente eso.


Alejandro escucha Arjona en su jornada de 8 horas. Un joraca es lo que le importan las quejas de su jefe que joder es lo único que quiere. Jalador compulsivo de poxirran, el gendarme vigilante se jacta de escuchar los quejidos sugerentes de establecer su rango jerárquico por sobre el jefe y el pendejo, valiéndose como justiciero jamás buscado. Hijo de puta, jorobado, el vigilante, sigiloso de seguir jodiendo al joven y al viejo, jura enjaularlos por desequilibrar el orden, esto dicho en jerga militar. Jalando de sus trapos, en injusto acometido, el justiciero se sonroja por acto justo y concreto de los otros dos, quedándole nada más que girar y juntar sus muelas de juicio que el joven y el jovato lograron gentilmente destrozar. Entre las flores del jacaranda se asomaba como jaguar en celo un nuevo tercero que un poco atontado el jaque le canta al jorobado. Un jardinero de esos que observan y que están a punto de jubilarse y convertirse al judaísmo en julio porque no tienen nada mejor que hacer, de esos que antes hacían judo los jueves y jockey los lunes, pierde todo juicio presente y como Judas a Jesús, se traiciona a si mismo entendiendo ni jota, junta valor y cual Quijote vestido de jazmín, se dispone a ayudar a su próximo compañero de su juego de cartas, seguro. Acto paralelo, parecía que había un júbilo del otro lado del escenario. Los dos judíos como hablando en jeringoso, desprendían sonidos supuestamente de sus bocas no más parecido a un juglar del siglo XXI. ¡Pero qué jocosos! JA! El juego se ponía parejo más o menos  y aunque la intención era poca, como jabalíes en la jungla, la corrida se hace menos corta. Más que una jauría contra otra, parecían jirafas galopando para cazar un par de jilgueros. Las franjas de esos colores en los jersey de este par de juguetes, que en ese entonces se asemejaban a ellos julepeaban al par de jinetes. Pobrecillos si no hubiesen arrojado a ese joto con muelas desde el inicio, no tendrían que justificar ante el jurado de turno por qué carajo no estaban dentro de su jurisdicción, en la sede de Cabildo y Juramento, el gran pajar de ese par, a la hora y paisaje determinado. Bastante pijotero resultó el patrón, cual pejerrey de ciudad en casa de cristal, trato de pujar al juez lo máximo que pudo, uso su lógica y logro largarlos. Rápido fue el abordaje de aquel lugar tan objetivo de la realidad y tan rápido fue el acertijo en forma de consejo, que interpretaron como una aguja clavada en el centro del pecho del ahijado Junio Primero de Jordania. Se dejaron de joder y sin más ajuste, haciendo un ajustón entre sus manos, se alojaron en sus respectivos cajones de cemento ubicados donde se les antojó alguna vez arrojarse a dormir.